Noticias del blog

Creo que he simplificado la publicación de comentarios, así que animaros a hacerlo.

Acabo de publicar un cuento que escribí hace un montón de años en una editorial digital. Visitad mi stand en la tienda y coged un ejemplar electrónico (es gratis):

sábado, 28 de abril de 2012

Peripecias en Urgencias

Quizás una visión del funcionamiento de las instituciones que nos garantizan el Estado del Bienestar pueda no ser apropiada al espíritu fundacional de este blog. Pero yo creo que sí, porque todo es política sobre todo si se refiere a o es gestionado por el Estado. Y al fin y al cabo Superar la Democracia no debería detectar fallos de funcionamiento en la teoría sino que puede (y debe) bajar al fango de las cosas prácticas.
Y además que como yo escribo yo decido... Aunque la decisión final es de los lectores que si quieren pueden simplemente ¡pasar de leerlo!
Esta historia sucedió entre ayer por la mañana y hoy de madrugada y le sucedió a mi mujer y una familiar muy directa de ella ya jubilada. Os prometo que todo está narrado tal y como ella me lo contó y, por tanto, para mí tal y como pasó:

Los sucesos comenzaron por la mañana cuando el familiar fue solo a recoger los resultados de unos análisis de sangre rutinarios, que le vienen realizando periódicamente como control de enfermedades que ha padecido, a su médico de familia.
Como los resultados se apartaban de la normalidad el médico de cabecera decide remitir a la paciente al especialista de medicina interna. Como, según el criterio de un médico, la atención debería producirse más rápida que un proceso normal, le confecciona un volante para que acceda a la atención del especialista a través de un protocolo denominado: Protocolo de Atención Rápida.
Hasta aquí todo perfecto. Todo el mundo puede entender que los médicos de atención primaria deben tener el criterio suficiente como para determinar la velocidad con la que debe ser atendido un paciente. Lo kafkiano comienza a continuación, cuando le explica:

Entrada de urgencias del Hospital Royo Villanova de Zaragoza
Es mejor que vaya usted directamente al Hospital Royo Villanova con este volante porque le van a citar más rápido que si lo remito yo.

¡Toma ya! En un mundo en que mediante un email se puede enviar directamente un expediente de médico a médico en segundos es más rápido llevar un papel en mano a una ventanilla. Cualquier empresa privada que funcionara así haría décadas que habría cerrado.

Así comienza el meollo de la historia. Como el familiar es lo suficientemente mayor para no atreverse a ir sola a un hospital, espera a que mi mujer termine de trabajar para que la acompañe. Así que por la tarde acuden ambas allí.
Como es por la tarde lo único que ven abierto son las urgencias, así que deciden preguntar en admisión de ese servicio con la certeza que la funcionaria les sabrá informar del proceso que tienen que seguir. Porque se supone que será ese tipo de cosas de las que se las examina cuando aprueban su famosa oposición por la que se convierten en los intocables ¿no?.
Pues no. La funcionaria de admisión no sabe si puede citar ella para ese protocolo. Cree que sólo puede hacerse por la mañana. Pero no puede, o no quiere, resolver su duda preguntando a alguien o consultando algo. Así que recomienda que lo mejor es que las redirija (ella por su cuenta y riesgo) hacia urgencias porque así la verá un médico. Que pienso yo que si el médico de cabecera que ya había revisado los análisis hubiera creído conveniente acudir a urgencias así lo habría indicado. El caso es que como lo que está acostumbrada a hacer es el protocolo normal de admisión a urgencias y no quiere complicarse la vida y como a ella le importa poco que las urgencias estén o no saturadas, pues ella se irá a su casa cuando termine su jornada... pues a urgencias.

El servicio de urgencias está bien pensado porque enseguida te atiende un médico que, se supone que con los datos que les remiten o les cuentan los pacientes decide la gravedad de la situación. Lo normal sería que este médico decidiera si el paciente que acude verdaderamente presenta un cuadro que deba ser atendido en urgencias y de no ser así directamente mandarlo a casa o al servicio que corresponda. Pero la realidad no es esa. Ese médico no manda a nadie a casa.
La esperanza de mi mujer no es que atendieran a su familiar en urgencias sino que ese médico que selecciona el acceso al servicio tuviera más conocimiento del famoso protocolo y le encaminara correctamente hacia lo que tenía que hacer.

Pues no. El médico admite al paciente en el servicio de urgencias a las cinco de la tarde. Pero como realmente no es una urgencia (dato que mi mujer se esfuerza en hacerles comprender) pues ahí se queda detenida. Hasta las diez y media  de la noche no llaman al familiar para hacerles unas pruebas. Una de ellas es repetir los análisis que le habían llevado allí (lógicamente salieron prácticamente igual). Después de cuatro horas  de deambular de una sala a otra, tiempo durante el cual el acompañante no tiene ni idea de lo que está sucediendo, termina el periplo a las dos y media de la madrugada.
Hora en la que le dicen que hay que acudir al especialista según el protocolo inicial. ¡Y la remiten a su médico de atención primaria! El médico que firma el parte les indica que en admisión les darán la cita, ¡como se había intentado nueve horas y media antes!

Al pasar tanto tiempo en admisión ya habían cambiado el turno por lo que había otra funcionaria que o estaba más informada que la primera (y que el médico del servicio de urgencias) o tenías más tablas, que es lo que me temo, y que les dijo:

Vuelvan ustedes mañana por la mañana.

Así que el lunes se volverá a intentar. Si no hay puente claro...

Una reflexión: nadie debería permanecer nueve horas en urgencias para ser atendido. Porque si puede esperar tanto tiempo es que no es una urgencia y debería ser enviado hacia la atención normal. Y mientras esto no se haga así será imposible que los servicios de urgencias de los hospitales funcionen. Y menos aún si ahora retiran la asistencia primaria a ciertos colectivos pero no el acceso a urgencias.

Por cierto, la única criba que hubo de pacientes durante el tiempo que permaneció mi mujer en urgencias fue la de los propios pacientes que, cansados de esperar, pedían su historia y se iban a su casa.

viernes, 13 de abril de 2012

La ventaja de tener tantos concesionarios de vehículos

Esta historia no me ha ocurrido a mi, al menos en todos los detalles. Sin embargo es real como la vida misma... y la narro aquí tal y como me la contó su protagonista:

A finales del año pasado, allá por noviembre, tenía que cambiar de coche. El que tenía, un bonito coche rojo que al final resultó que no funcionaba como prometía y que estaba más tiempo en el taller que en la carretera, había terminado su vida útil y aunque traté de alargarlo todo lo posible fue peor el remedio que la enfermedad.

Recorrí los concesionarios que había en mi provincia. Comentando las visitas con mi padre me dijo que no me hacía una idea de la suerte que teníamos con poder elegir el concesionario.
Cuando él era joven sólo había uno y, aunque los que tenían coche decían que era bueno, mejor dicho, que era un concesionario paternalista, que sabía lo que necesitaban sus clientes y les vendía eso y no lo que querían, claro, porque quién sabía entonces de coches más que el concesionario, ¿no?. La verdad es que poca gente lo necesitaba y, como la mayoría no se imaginaba tener uno, pocos echaban de menos la competencia al concesionario.

Ahora es muy distinto. Todos sabemos de coches y hay competencia entre los competidores lo que nos permite elegir. Elegir entre lo que hay, ¡claro!, pero elegir al fin y al cabo.

En los concesionarios no te dejan probar los coches que venden, pero vienen tantos datos de ellos en los catálogos que te enseñan que no hace falta ni verlos para saber lo a gusto que vas a estar conduciéndolo. Aunque haya un montoncito de concesionarios que puedes visitar, de no ser que tengas unos gustos poco convencionales, la elección se centra entre dos de ellos, los que tienen los coches mejores, más bonitos y baratos.
Sobre el papel tampoco había grandes diferencias entre los vehículos que me ofrecían ambos concesionarios así que al final me decidí por el concesionario que me ofrecía el cochazo azul en gran parte porque el deportivo rojo que había tenido, que había comprado en el concesionario rival, me había salido rana.
Así que me compré el coche azul, que resultó ser el que se compró una gran mayoría de los compradores casi compulsivamente. Mucho de ellos sin mirar el catálogo, como hice yo.

Nos dijeron que necesitarían 100 días para entregárnoslo y esperamos. Y cuando nos lo dieron no se parecía en absoluto a lo que nos habían enseñado en el catálogo.
Protesté por ello (supongo que no sería el único) pero me dijeron:
  1. No es el coche que necesitabas.
  2. Gasta mucho.
  3. Es demasiado rápido y peligroso.
  4. Te resultaría incómodo.
Y además, añadieron, nos han dicho en fábrica que con la materia prima que ha quedado después de pasar la fábrica de coches rojos, no se podían fabricar los cochazos azules.

Quizás debería haberlo devuelto pero no sabía cómo. Así que, como lo había pagado por adelantado, me lo quedé.
Los del concesionario de los coche rojos me convencieron a mi y a unos cuantos que lo que había hecho con nosotros el concesionario azul no tenía nombre y tendríamos que protestar. Así que estuvinos todo un día paseándonos con pancartas, unas graciosas otras insultantes, por delante del concesionario.
Los vendedores desde dentro alucinaban con nuestra actitud. No sabían en qué les perjudicaba nuestra protesta. Al fin y al cabo no tenían que vender más coches en los próximos 4 años. Si la situación económica hubiera sido otra mi patrono se hubiera enfadado por perder un día de trabajo por algo de lo que él no era en absoluto culpable, pero en la actual situación estaba dando palmas con las orejas por ahorrarse un día de mi salario.

Así que circulo con mi utilitario azul deseando, ¡encima!, que tenga razón el concesionario y sea el que necesito.

Pero saben ustedes qué es lo más triste de esta historia:

Lo más triste es que dentro de 4 años, cuando vuelva a necesitar coche, me dejaré engañar otra vez por los catálogos del concesionario. Y lo que es peor, si al final me convenzo de que era el coche que necesitaba, igual hasta repito el color.

domingo, 8 de abril de 2012

¿Nos merecemos un gobierno que nos mienta?

He querido encabezar esta entrada por el slogan acuñado en la campaña a las elecciones generales del 2004 por Pérez Rubalcaba reconvertido en pregunta para expresar uno de los principales fallos de la democracia actual que se puede expresar por medio de otra pregunta más directa:
¿Para qué sirven las campañas electorales si lo que se promete en ellas no tiene ninguna fuerza legal como compromiso en las acciones del gobierno resultante de las elecciones?
Un claro ejemplo de esta inutilidad de las campañas están siendo las medidas que viene adoptando el gobierno del PP después de su contundente victoria en la última contienda electoral a nivel nacional.
Como ya se adivinaba que la victoria electoral del PP iba a ser clara y contundente, durante la campaña fueron lo más ambiguos posibles. Declaraban que sabían cómo arreglar el país pero no especificaban cómo iban a hacerlo, cosa que no puede ser más legítima e, incluso, inteligente si pensamos en el nivel intelectual del personal.
Sin entrar en lo que estaba o dejaba de estar escrito en el programa electoral (documento que comprobé que existía y sigue estando disponible) sino en lo que se dijo en las declaraciones públicas, tan sólo se esbozaron unos pocos compromisos, como la no subida de impuestos. Y hasta estos pocos compromisos han sido defraudados en las primeras medidas, aunque prometen que transitoriamente, que se han venido adoptando.
Seguramente estos incumplimientos no les han de pasar facturas en las próximas elecciones ya que cuatro años son muchos años para la memoria. Y menos aún si al cabo de ese término los resultados de las medidas han sido satisfactorios, como esperamos todos (¿o así debería ser no?). Así que qué mas da que se mienta al hacer las promesas o, en el mejor de los casos, no se cumplan.
Por ello, contestando a la pregunta del título, aunque posiblemente su respuesta sea sí, no deberíamos merecernos un gobierno que nos mienta.
Así que para evitarle que lo haga, al menos en campaña, eliminemos éstas. Guiémonos a la hora de elegir nuestros gobernantes exclusivamente por los resultados que han cosechado de su gestión. Si ha sido buena repitamos, si ha sido mala cambiemos al otro partido, suponiendo que exista un bipartidismo. Así, además, nos ahorraríamos el despilfarro de dinero que resultan las campañas y nos evitaríamos el aburrimiento del aluvión de noticias que colapsa el resto de la actualidad en esos malditos días.