El pasado sábado 13, en plenas fiestas del Pilar, recibí la mayor bronca (merecida) que jamás me había echado la persona a la que considero como mi mejor amigo. Como diría mi hija Sara mi MAPS (mejor amigo para siempre).
¿Cuál fue el motivo? El teléfono. Y es verdad (perdón otra vez), yo no llamo nunca a nadie si no es por un motivo concreto. Le hubiera llamado si hubiera necesitado algo de él, o tuviera algo importante que contarle, o me pasara por su ciudad de residencia, que obviamente no es la mía, con tiempo para vernos, o... mil cosas, supongo. Pero lo cierto es que había pasado más de un año y no se me había presentado ninguna de las oportunidades anteriores ni otras parecidas y no había encontrado ocasión para llamarle por teléfono simplemente por el placer de hablar con un amigo y preguntarle qué tal le va. ¡Perdón otra vez!
Y lo cierto, como dije al principio, me llamó él porque visitó mi ciudad (o nuestra ciudad porque él también nació aquí) y siempre que viene me llama, quedamos, tomamos algo y nos contamos lo que nos ha pasado.
Casi siempre son cosas intrascendentes, pero esta vez no. Esta vez había acumulado noticias importantes, tristes y, al menos una, preocupante. No sé si graves, espero que no, pero lo peor es que eran antiguas. Y eran antiguas porque yo no había encontrado la oportunidad de coger el teléfono y marcar su número.
¿Y qué pinta toda esta reflexión personal en el blog? En primer lugar porque es el sitio más público del que dispongo para pedirle disculpas y lo aprovecho.
Pero además porque me ha llevado a una reflexión sobre lo demócratas que resultan nuestros gobernantes y los demócratas que resultamos los ciudadanos.
Siempre he pensado que una de las mayores pegas de la democracia es que nos obligan a decidir sobre temas de los que no tenemos ni idea.
Pero para que llegáramos a tener conocimiento del funcionamiento de las instituciones sobre las que cada cierto tiempo vamos a tener que decidir su dirección tendrían los que en cada momento ocupen las responsabilidades de las diferentes instituciones, no sólo las responsabilidades de los gobernantes sino también de los que ocupen la responsabilidad de la oposición, que informarnos con puntualidad, regularidad y la mayor objetividad que fuera posible del estado de los asuntos para que los comprendiéramos y pudiéramos verdaderamente elegir a las personas que vayan a dirigir cada institución con las directrices que más se correspondan con las que nosotros, si supiéramos, elegiríamos.
¿Nos sentimos formados e informados sobre las instituciones más allá de los pequeños espacios de tiempo electorales? Mi respuesta es NO.
Ahora bien, no todo es culpa de la clase política (casi todo sí, por eso). ¿Porque quiénes seguirían, pongo por ejemplo, en TV un programa, digamos semanal, en el que se nos explicara el funcionamiento de cada una de las instituciones que forman nuestra democracia? Seguramente la audiencia de tal programa sería ridícula hasta para ser emitido por la 2.
Lo que quiero decir, que veo que no está quedando nada claro, es que la información que nos debe conducir al conocimiento que nos permitiría elegir con verdadero criterio no puede ser cosa de una parte. Tiene que ser cosa de dos. De la clase política y de los electores. Los unos informando y explicando sin que se les pida y los otros pidiendo, atendiendo y esforzándonos por comprender
.
Como las llamadas que no hice a mi amigo. ¡Perdón otra vez!
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